De visita al Cabo Polonio

De visita al Cabo Polonio

De visita al Cabo Polonio

Faro de Cabo PolonioHacía ya dos años no entraba al Polonio. Ese amigo, que siempre me invita a renovar vivencias, apareció nuevamente. Nos fuimos una tarde espléndida de esta primavera lluviosa de Noviembre, es un lugar tan maravilloso y cercano, que cada tanto hay que visitar.

Llegamos para “embarcar” a una hora determinada en los Jeep que entran, como siempre ocurre, la travesía se demora, intentamos entrar a pié, era tanto el entusiasmo; pero la caída de mis lentes, nos hizo regresar. Puntual entramos a las 20 horas, ya cayendo el sol sobre nuestras espaldas, el serpenteo del camino nos empujaba hacia la costa, la brisa –ya fresca-nos anunciaba la proximidad del océano. La impresión a la llegada al Cabo, es siempre magnífica, esos puntos blancos de las casas, ya con el faro encendido, un espectáculo renovado y especial. Esos rosados azulados, de siempre, sobre el horizonte hacen la visión casi mágica. Ya en la playa, y con el aire en los ojos y la sal en las narinas, el Polonio, todo, nos recibe y nos da la bienvenida.

Rápidamente, como pudimos, bordeamos la punta este, hacia el faro, mientras el crepúsculo se alargaba, como esperándonos. Subimos por la ladera del faro, y caminamos hacia el oeste, donde el sol ya oculto, se despedía en sombras. En el inmenso horizonte y de pié los dos, una estrella fugaz nos paraliza, amplia lenta y de fantástico recorrido nos dejó sin palabras. Es de esos momentos, donde la piel, se eriza al igual que el alma y todo se detiene registrando el breve instante irrepetible.
El Polonio, continúa siendo mágico. Arribé a él, hace más de 30 años, allí comencé mi idilio con estas tierras y sus entornos. Aquí llegó mi hija de meses y aún, ya grande va todos los veranos con su carpa a estar en los mismos cielos. Aquí tejí cientos de historias que con los años van anudando los recuerdos, que en oportunidades, se refrescan.

Caballos y ranchos en Cabo Polonio Reflejos del rancho en el agua de lluvia del dia anterior.

Visité a Gladys en la Perla. Allí nos reuníamos con una barra de amigos y pasábamos nuestras vacaciones con nuestros hijos. Eran las épocas de la luz a batería y el baño con alcohol en la ducha. La hija de Gladys, jugaba con mi hija, había pocas nenas en ese tiempo, ahora estas chicas ya son grandes y con Gladis recreábamos esos tiempos y hablamos largo de aquellos instantes de nuestras vidas, tan diferentes y tan cercanas hoy. Y así el tiempo parece detenido y sin tiempo, las vivencia pasadas toman el fresco del lugar y lo hace más presente y cercano.
Hicimos tantas cosas en un día, que sería extenso contarlo. Sacamos del Polonio infinidad de imágenes - se que de él, me las robo- como siempre.
Cenamos en un lugar acogedor y con una cocina casera, típica de aquí. Una atención espléndida regada de un vino nacional y unos ravioles de ricota con salsa de crema de puerros y otros. A la salida, nos acompañó ese inmenso cielo, único que vi en mi vida, donde los destellos que irradian las estrellas casi llegan al horizonte tocando el mar. Esos 12 segundos –los que habla Jorge Drexler en una canción- que demora el faro en dar la vuelta a sus cristales, dan la luz ideal para él retorno, en una noche donde la luna, menguante, sale tarde.
Al regreso, el otro día, daba la sensación que todo es como un escenario, que se mueve al son de la letra del escritor, todo en su lugar, los pescadores arreglando sus chalanas, la gente pintando de colores, los caballos de la plaza y las gallinas, fuera del gallinero.

La gallina cuidando los patitos Tienda de los Milagros

Ya de regreso en el camión, nos da la visión de alejarnos del Polonio, tuve la sensación, y lo fue siempre, que una inmensa nostalgia te envuelve cada vez que partes de él, y como siempre se abre la espera para otro retorno, que será con alegría y el saber de que allí, está un pedazo de uno mismo.

Playa sur Cabo Polonio
La tarde, nos despedía como el recibimiento de ayer, con los campos verdes llenos de agua y los pájaros en los alambrados revoloteando por todo. Y en cada instante, una renovada felicidad, de vivir, nos regresaba a casa. En que pocas horas, tanto, que fascinación andar deshojando el tiempo, con estas cosas, simples que ayudan a templar el transcurso de él y de la propia vida.

Que todo sea para bien, como decía Wimpi. Abrazo.

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