Memorias Vivas – La fuerza de un sueño

Memorias Vivas – La fuerza de un sueño

Memorias Vivas – La fuerza de un sueño

Sandra Marques Acosta

 

La Fuerza de un Sueño

 

 

por Néstor "Cacho" Ventre


“Sólo los sueños y los recuerdos son verdaderos, ante la falsedad engañosa de lo que llamamos el presente y la realidad”. Alejandro Dolina

Sandra Marques Acosta es hija de este lugar, nació en Castillos el 8 de febrero del año 1972; su madre es Rosa Acosta, conocida por La Tora. Vivió en esa ciudad rochense hasta los 7 años, momento en que ambas vinieron a vivir a Punta del Diablo, se instalaron en un rancho detrás de la casa de El Cuba -a 50 metros a la derecha de donde hoy está instalada la Comisaría del pueblo-. En aquella época no había ni agua ni luz; al agua la sacaban de la cachimba que está frente a la comisaria. Aún se puede ver el  aljibe, esa era la fuente de agua que la gente del lugar tenía. Pocas casas y pobladores, la vida era dura en invierno y feliz en el verano. Sandra lleva una profesión en su sangre: la de  "vendedora".

Primer Almacén de Sandra

-Mi madre hacía artesanías con las vertebras de los cazones, y yo iba al pueblo a venderlas. Lo hacía en la feria vieja, y antes de eso, lo hice en el restaurante del Mar allá en la punta. Andaba mucha gente en aquella época, todos los bagalleros que venían a Chuy pasaban por aquí, había mucho  movimiento. Yo vendía todo lo de mi madre, y no quería regresar a casa, porque sino ella no me dejaría volver a salir. Pero después, cuando tenía 8 años, empecé a vender  cosas de otras personas, llegaba tarde a casa, cansada pero feliz. Siempre me gustó vender: es mi vida. Soñaba con tener un kiosco, y lo tuve.

Luego, continuó profundizando en sus múltiples experiencias: -Otra cosa que hacíamos con mi hermano Richard,  era ir al Parque San Teresa y traer limones con una parihuela. También arrancábamos palmeras y plantas que luego vendíamos, sobre todo al Restaurante de Moran -todo lo que tenía se lo vendíamos nosotros-. Nos buscábamos la vida, siempre fue así, recordó Sandra emocionada. Y continuó diciendo acerca del devenir de su vida: -Vendí pescado también… Detrás de la comisaria había un monte de acacias donde la gente acampaba, y yo  vendía pescado a  los que llegaban. Teníamos dos precios: sucio o limpio; si lo querían limpio lo limpiábamos  allí mismo y cobrábamos más. Era muy lindo, con la madre del Toro, mi “abuela postiza” -Beba-, íbamos a juntar mejillones, los aprontábamos y los vendíamos. Vendí de todo, mi vida era vender.

Así vivió Sandra su niñez; aquí en el pueblo, vendiendo y soñando. Por entonces, en su cabeza tenía un objetivo que con el correr de los años fue creciendo, con esfuerzo y con la ayuda de esta tierra… Tierra casi “santa” para cualquiera que quiere llegar y forjarse un mañana mejor… 

La mujer relató sus comienzos educativos: -Primero fui a la escuela en Castillos y después a la de aquí. Todos los alumnos vivíamos en el pueblo, éramos 25 en total. Estábamos con una sola maestra en una única sala, así era la escuela en aquella época. Éramos una familia: estaba El Cuba, los Veiga, los Rodríguez, la familia de El Toro, los Acosta, Cabrera, Benítez… Copelo, quien iba a la escuela con María, su hija. Recordó, y siguió diciendo: -Éramos muy amigas. Fue una época muy linda, la recuerdo como una linda etapa de mi vida.

-Cuando cumplí los 11 años, en el año 1983, nos mudamos a la Playa del Rivero. Allí había unos galpones donde se guardaban las lanchas, y yo jugaba sobre ellas. Comentó, e inmediatamente aclaró: -El puerto ya se había mudado a donde está hoy, ahí habían unos galpones en los que se salaba el pescado, hacían el charque. En aquella época existía una Cooperativa de Pescadores que le dio a mi madre y al Toro, su compañero, un lugar para que viviéramos allí. Ahí, aún vive mi madre, es un galpón de techo curvo y blanco, en el que yo me crié y viví casi toda mi vida, describió.

De este modo, creció, su niñez y adolescencia fueron entre estas rocas y playas, y entre estos inmensos cielos celestes que nunca han cambiado ni cambiarán… Por suerte eso aún es intocable, el hombre no llega allí. 

 

La niña, la adolescente, se convirtió más adelante en mujer: -Muy joven logré  tener un kiosco en la punta -en la feria vieja-, y lo vendí; porque me casé a los 17 años con Hugo Sanguinetti y nos fuimos a vivir al parque -Hugo trabajaba allí-. Vivimos seis años en Fortaleza, donde nacieron nuestros hijos, Casio y Fabricio. Después de allí nos fuimos a Coronilla, hicimos una casa  y estuvimos por dos años. La pasé mal estando allí, extrañaba al parque y mi pueblo, viví como en una cárcel. Pero la suerte le cambió, al menos por un rato: -Un día llegó a mi casa la dueña del rancho de Roliche –un rancho que estaba frente a la playa del Rivero-. Entonces, Elena Techera, me dijo: ‘mirá que vendo el racho’. Me dijo que pedía U$S 8000, y yo le dije que tenía solo U$S 6000, pero cerramos el negocio igual, y después le di el saldo... Así me mudé para aquí, corría el año 1999. Casio tenía 9 años y Fabricio 6. Me vine, aunque mi esposo no quisiera.

 

 

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Su vida no cesó de ponerle desafíos: -Cuando llegamos  me puse a cuidar ranchos, aquí en el Rivero había muchos, llegué a tener 17 casas -todas sin luz y casi sin agua-.  Un día Elena abrió la habitación que estaba pegada a casa, vi una vitrina y una balanza, ella había tenido un almacén allí, entonces se me ‘prendió la lamparita’, me di cuenta de que podría poner un negocio. Me vendió las cosas fiadas. Abrí un almacén, y al poco tiempo le pegué, me iba bien, vendía de todo. Estaba feliz: tenía mi propio almacén. Pero la vida de Sandra le siguió poniendo obstáculos: -Allí trabajé 8 años, hasta que me dijeron que me tenía que ir porque tirarían los ranchos. Me avisaron en noviembre pero me dejaron trabajar esa temporada. Esta misma administración me dio permiso hasta abril del 2005, trabajé hasta esa fecha y luego me fui. Me fui yo sola, no me tuvieron que desalojar, cumplí mi palabra.

Fui cliente de Sandra desde que abrió, yo vivía enfrente, fui testigo de lo que dice y de su desarrollo. Cuando se tuvo que ir, se fue, es verdad: cumplió con su palabra. Se fue de su casa-almacén en tierras fiscales, se fue sin que la desalojaran, entregó el lugar que el Estado le pedía y que no era suyo.

Pese a todas las contrariedades del medio, la mujer siguió apostando al porvenir: -Después abrí un  supermercadito frente a la prefectura, en lo de El Mimo Acosta, allí trabajábamos 14,15 horas por día. Nos fue bien, con lo que nos dejaron esos años compramos aquí y pudimos hacer mi casa. Fueron años difíciles, me enfermé de gastritis crónica  por los nervios, era mucha responsabilidad  pagar un alquiler, agua y luz los impuestos etc., mucho trabajo, pero salimos adelante, dijo.

Luego continuó describiendo las dificultades por las que tuvo que atravesar: -Cuando compramos aquí, nos vinimos a vivir a esta casa pero esa temporada, porque El Mimo vendió y no me pudo alquilar. Me  enfermé ese año, no podía vender, yo tenía que vender algo, no podía estar sin hacer nada. Me deprimí, pero vino un amigo de Entre Ríos, que con Hugo y mis hijos, me hicieron un ranchito y abrí el almacén. Corría el año 2009. Este almacén ya tiene tres años. Es de madera y ya me quedó chico, y estoy haciendo uno más grande y de material al lado. Hubiera querido hacerlo de madera, pero los bomberos no me lo habilitarían: los almacenes viejos de madera los autorizan, los nuevos no. A fines de noviembre me lo entregan, voy a tener carnicería, panadería y un sector de vinos.*

 

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Al ser preguntada sobre alguna añoranza, Sandra claramente dijo: -Lo que extraño es la época de cuando era niña, cuando todos nos ayudábamos. Extraño cómo era la vida de antes, como vivíamos. Después  todo cambió, con la llegada de la gente, los ranchos, las casas, todo cambió. Una vez, mis hijos me preguntaron qué hacía yo cuando era chica, y les conté que mi mejor amiga era Miriam -la hija del cuba la madre del Chavito-, y que con ella íbamos a los médanos a mirar la cuevas de las  "corujas" -una especie de búho-. Les comenté que allí fumábamos, porque ella le robaba el tabaco a la Rula y yo le robaba hojillas al Toro, y cómo desde allá arriba prendíamos cigarros y mirábamos todo, esa era nuestra diversión. 

Al final de la charla, la mujer trajo un último recuerdo, muy pintoresco, y casi en tono de confesión: -Cuando vivíamos atrás de lo de El Cuba, venía mi abuelo, Eufrasio Acosta, desde la Coronilla; y yo  iba a pescar con él para cuidarlo que no tomara. Antes él pasaba por el Almacén de Cabrera y se compraba una petaca de grapa, pero no podía tomar, y entonces me compraba caramelos y galletitas a cambio de que yo no dijera nada. Mi madre nunca se enteró que de tomaba a escondidas, yo nunca dije nada.

Sandra es un ejemplo de mujer, una luchadora, alguien que siempre está bien dispuesta para ayudar; es amiga y buena persona. Decidió que su destino sería prospero y que haría de ella lo que quería ser. Creo que lo logró, aún es joven y el futuro le pertenece. Es una digna representante de este pueblito –del que es parte- y que ayudó a formar.

“Las gentes sencillas son las únicas que no buscan la felicidad”. Vladimir Holan

*Esta nota se hizo a finales de setiembre de 2012, y como se podrá estimar, el almacén de Sandra ya se convirtió en supermercado el verano pasado.

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